Parece mentira que ya hallamos puesto punto y final al penúltimo bloque de esta asignatura. Si os soy sincera, en un primer momento tampoco sabía mucho lo que podía contaros, pero siendo como soy, creo que siempre tengo algo que deciros.
En primer lugar, me gustaría hacer una referencia al tema en sí. Me ha sorprendido gratamente, puesto que nunca pensé que había tantas cosas, a la vez que maneras, de trabajar los libros con los más pequeños.
En una de mis primeras reflexiones lo dije, que no soy de las personas a las que les guste leer. Obviamente, no voy a contaros todas las razones por las que no suelo leer, sin embargo, a raíz de este tema me he podido dar cuenta de cómo influyen las formas de los profesores. A pesar de que después de muchos años no se les valore como deberían, sí que es cierto que para bien o para mal, su labor tiene un papel fundamental en el mañana de esos niños que tengamos en cada uno de los cursos.
Hay algo que se suele decir en estos últimos tiempos que es, que hay dos clases de maestros, los buenos y malos, ahora bien ¿cómo han sido aquellos que nos han dado clase a nosotros? Muchos diréis que la pregunta que me he planteado no tiene sentido a día de hoy, porque total es el pasado y eso ya no tiene vuelta atrás; sin embargo, yo suelo decir una frase que es de cosecha propia: “Agua pasada no mueve molinos, pero mueve alcantarillas”. Esto quiere decir que, en algún momento de la vida, todas las experiencias tanto buenas como malas te enseñarán algo cuando menos te lo esperes.
La verdad es que por muchas cosas que vosotros conocéis que me han pasado, os puedo garantizar que esta frase anterior se ha cumplido. Por ello, creo que es conveniente seguir dejando soñar a los más pequeños con ese mundo de fantasía.
En la vida hay momentos para todo, ser niño o adulto; adolescente o pejiguero. Sabéis que los trenes en los que nos hemos subido son parecidos a galgos, van volando y en un abrir y cerrar de ojos, estamos en un lado y al poco en otro, pero además, la gente va cambiando, aunque todos aquellos que pasen por vuestra vida os pueden llegar a enseñar algo, que no digo que sea bueno o malo.
Por eso, me gustaría hacer esta pequeña reflexión un poco más filosófica, comparando la vida con un cuento encantado. Cada uno de nosotros somos parte de sus personajes y tenemos un papel, que a pesar de que nos pueda parecer insignificante no lo es. ¿Qué sería de grandes historias como “Blancanieves”, “Cenicienta” o “La bella y la bestia”, sin una bruja o alguien que haga el papel de mala?
Pues sí, realmente no tendrían mucho fundamento las historias. Además, desde mi humilde opinión, creo que si todo fuese llano, y monótono en la vida, sin tener que subir grandes montañas, a decir verdad, terminaríamos aburriéndonos.
Por otro lado, no penséis que nuestro día a día es muy diferente al de los cuentos. ¿Quién no recuerda la pérdida de un ser querido como le ocurre a Bambi, o a la bruja que tristemente suelen representarlo las suegras? Digo tristemente por que no todas ellas son así, pero somos personas bastantes injustas que por alguien que conocemos con esas características lo extendemos a todo el mundo.
De todo aquello que hemos ido viendo a lo largo de este bloque, se pueden sacar muchas enseñanzas de aquellas cosas que no debemos hacer en un futuro si realmente queremos despertar en aquellos a los que enseñemos la pasión de la lectura.
Al igual que todo aquello que va variando en la sociedad es acorde con las distintas modas, que mueven corrientes enormes de personas, a la lectura sucede igual. En los últimos años, se ha experimentado cómo los niños parece que presentan una nueva patología hasta el momento desconocida, que es la “antilectura”.
A pesar de que en este momento haga referencia a ello de una forma un tanto irónica, en realidad es así; sin embargo, al igual que ocurre con todo, nos hacemos a escucharlo y ya nada nos sorprende.
Curiosamente, si tratamos este tema en diferentes grupos de personas, toda la culpa va dirigida a los maestros y a la escuela. Pero entonces parece que una niebla muy densa cubre con vendas nuestros ojos y los del mundo entero, dejando perdida entre las tinieblas a las familias.
Con esto no quiero ni muchísimo menos quitar la parte de culpa correspondiente a los colegios, pero sí que sea algo equiparable con la que tienen los progenitores. No podemos olvidar que el conjunto de valores que forman la base de la educación se dan en casa, mientras que en el colegio se complementa, añadiendo además, los conocimientos para fomentar esa cultura que esperemos poder ir recuperando poco a poco, durante una serie de años.
Por ello, dejemos por una vez de ser tan necios, asumamos nuestra parte de culpa y hagamos hacer las cosas cómo Dios manda. Somos nosotros, las nuevas generaciones de profesores, quienes tenemos la oportunidad de cambiar, pero esta transformación debe comenzar en nosotros mismos. Hagamos aquello que consideremos que está bien en base a nuestro criterio, junto con la idea de educación que tenemos. Aunque para ello, tendremos que lograr hacer lo que debemos porque estemos convencidos de ello y no teniendo en mente que nos van a evaluar.
De este modo, solo dejarán huella aquellos que realmente estuviesen destinados a ser maestros.
Perfecto. Una reflexión magnífica.
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